Cada 9 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Insuficiencia Cardíaca, una jornada destinada a generar conciencia sobre una de las patologías cardiovasculares más prevalentes y con mayor impacto sanitario. Ante esta realidad, especialistas subrayan que el diagnóstico suele ser tardío, cuando el deterioro ya afecta la calidad de vida, y advierten que el exceso de peso está presente en la mayoría de los casos, lo que agrava la evolución clínica y multiplica los riesgos asociados.

La insuficiencia cardíaca no es una enfermedad en sí misma, sino un síndrome clínico complejo que se manifiesta cuando el corazón pierde la capacidad de bombear sangre de manera adecuada al resto del cuerpo. Esta disfunción provoca una serie de síntomas que muchas veces se subestiman o se atribuyen al envejecimiento o al estrés, aunque estas señales son evidencia de un desequilibrio profundo en el funcionamiento del sistema cardiovascular.

El avance suele ser silencioso, gradual, y muchas veces detectado de forma tardía. “Lo más importante sigue siendo escuchar al paciente, saber leer los síntomas que cuenta e interpretar los signos del examen físico antes de que sea demasiado tarde”, señaló el doctor Bruno Guarino, jefe de la sección Insuficiencia Cardíaca y Miocardiopatías del Hospital de Clínicas de la UBA.

Aunque existen herramientas diagnósticas precisas, como son ecocardiogramas y biomarcadores específicos, el seguimiento clínico y la atención especializada siguen siendo claves para contener el deterioro.

Vale destacar que el problema no se agota en la función cardíaca. De acuerdo a la Federación Argentina de Cardiología8 de cada 10 personas con insuficiencia cardíaca presentan algún grado de sobrepeso u obesidad. Una cifra que preocupa a los expertos debido a que el 50% de la población nacional tiene exceso de peso, una condición que incrementa el riesgo de más de 200 enfermedades, entre ellas hipertensión arterial, diabetes, enfermedades renales, hepáticas y cardíacas.

Una falla progresiva que exige diagnóstico temprano

Fatiga inexplicable, disnea al subir escaleras, sensación de ahogo al acostarse y tobillos hinchados son señales físicas que muchas personas atribuyen al envejecimiento, al estrés o a la falta de entrenamiento. Sin embargo, en muchos casos, detrás de esos síntomas se encuentra una insuficiencia cardíaca en curso.

¿De qué se trata? Según Guarino, “es el conjunto de signos y síntomas que se presentan cuando el corazón no es capaz de bombear suficiente sangre rica en oxígeno al resto del organismo”. Esta limitación puede instalarse de manera repentina, como después de un infarto, o evolucionar durante meses por condiciones como la hipertensión mal controlada, las valvulopatías o las miocardiopatías hereditarias.

El corazón cumple una función esencial: actúa como una bomba que impulsa la sangre a través de todo el cuerpo para asegurar el aporte de oxígeno y nutrientes a los órganos. Cuando pierde fuerza y no logra mantener ese flujo, el organismo pone en marcha una serie de mecanismos destinados a sostener la circulación, pero esa respuesta, que en un principio busca equilibrar el sistema, termina generando nuevas alteraciones.

Para entenderlo con una imagen concreta, puede pensarse en una red de distribución de agua en la que la bomba principal empieza a fallar: las zonas más alejadas reciben menos caudal, las tuberías se exigen por encima de su capacidad y las rutas secundarias intentan compensar sin éxito. En el cuerpo humano, esa sobrecarga se expresa como presión acumulada, retención de líquidos en piernas, pulmones o abdomen, y deterioro progresivo en la función de otros órganos, como los riñones.

Sin embargo, pese a esta realidad, uno de los mayores desafíos es detectar la insuficiencia cardíaca antes de que avance. La disnea, que puede presentarse de día, en reposo o como ortopnea (cuando el paciente no puede respirar acostado), es el síntoma más frecuente. En muchos casos, se acompaña de despertares nocturnos por falta de aire, los cuales son conocidos como disnea paroxística nocturna y alertan sobre una presión acumulada que el sistema ya no logra manejar.

“Las herramientas para diagnosticar están: electrocardiogramas, Rx de tórax, Ecocardiogramas Doppler Color, dosaje de péptidos natriuréticos, que son biomarcadores muy útiles para el ejercicio diario en esta subespecialidad”, explica Guarino. Pero advierte que, pese a la disponibilidad tecnológica, “lo más importante sigue siendo escuchar al paciente, saber leer los síntomas que cuenta e interpretar los signos del examen físico antes de que sea demasiado tarde”.

El síndrome también compromete a otros órganos. Cuando el corazón no impulsa suficiente sangre a los riñones, se activa una respuesta hormonal que intenta conservar agua y sodio. Esa compensación eleva la presión arterial y genera una sobrecarga adicional para el corazón. El British Heart Foundation lo compara con una autopista colapsada: al cerrarse una vía principal, se congestionan las rutas secundarias. En términos fisiológicos, el resultado es un círculo vicioso de deterioro simultáneo.

De acuerdo con el último consenso de la Sociedad Argentina de Cardiología, la insuficiencia cardíaca representa una de las principales causas de hospitalización en mayores de 65 años, siendo que esta patología no se presenta como una enfermedad aislada, sino como un síndrome clínico que resulta de múltiples causas.

Obesidad e insuficiencia cardíaca: un círculo que se retroalimenta

La obesidad es una enfermedad crónica que afecta a millones de personas en todo el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2022, 1 de cada 8 personas vivía con esta condición, cuya prevalencia se duplicó desde 1990.

Actualmente, 2.500 millones de adultos tienen sobrepeso, y 890 millones padecen obesidad, mientra que 160 millones de jóvenes entre 5 y 19 años enfrentan esta condicion. Esta patología aumenta el riesgo de diabetes, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer, entre otras complicaciones.

En ese sentido, ocho de cada diez personas con insuficiencia cardíaca registra algún grado de sobrepeso u obesidad. El dato, provisto por la Federación Argentina de Cardiología (FAC), refleja una relación directa entre el aumento de peso corporal y el deterioro de la función cardíaca. Se trata de un vínculo que no solo condiciona el desarrollo de la enfermedad, sino que también complica su tratamiento y acelera su progresión.

“Más del 50% de la población en Argentina tiene exceso de peso”, afirma la doctora Lorena Coronel (MP 4458), cardióloga e integrante de la FAC. Y añade: “Esto aumenta el riesgo de tener más de 200 problemas de salud como, por ejemplo, diabetes, hipertensión arterial, enfermedades respiratorias crónicas, enfermedad de los riñones, del hígado, algunos tipos de cáncer e insuficiencia cardíaca”.

Ese conjunto de factores interrelacionados configura un entorno propicio para el avance de patologías múltiples, muchas veces simultáneas. Vale destacar que la obesidad no es el resultado de una única causa, siendo que el desequilibrio entre ingesta calórica y gasto energético está influido por una red de factores genéticos, ambientales y sociales.

El aumento global de esta condición ha sido potenciado por el acceso generalizado a alimentos ultraprocesados, altos en grasas, azúcares y sodio, y por la consolidación de estilos de vida sedentarios en contextos urbanos. Según la World Obesity Federationpara 2025 se espera que más del 18% de los hombres y el 21% de las mujeres a nivel mundial presenten obesidad.

Cuando se habla de obesidad y su impacto en la salud cardiovascular, se puede explicar de manera sencilla como: un motor exigido por encima de su capacidad que, cuando se incrementa de manera sostenida la demanda energética del cuerpo, los órganos deben trabajar con mayor esfuerzo. En el caso del corazón, esa exigencia constante se traduce en hipertrofia, deterioro funcional y, con el tiempo, en una disminución de su capacidad para bombear sangre con eficacia. El resultado: falla progresiva que se agrava.

Frente a este panorama, la intervención sobre los hábitos alimentarios y la actividad física no solo se vuelve recomendable: se convierte en una estrategia terapéutica. Desde la FAC recomiendan realizar cuatro comidas diarias, aumentar el consumo de frutas y verduras, y preferir lácteos descremados. También se sugiere reemplazar la sal por especias como orégano, perejil o romero.

Disminuir el consumo de alimentos ultraprocesados con mucha azúcar, grasa y/o sal como las golosinas, productos de copetín, fiambres, embutidos y bebidas azucaradas. Es decir, aquellos que más cantidad de etiquetas negras presentan en los envases es una medida a considerar. Se deberían dejar para ocasiones especiales”, advierte el doctor Eduardo Perna (MP 1971).

Ese entorno alimentario poco saludable comienza a construirse desde la infancia. La obesidad infantil, cuya prevalencia también se encuentra en ascenso, ha demostrado estar asociada al desarrollo de enfermedad cardiovascular en la edad adulta. En otras palabras, los efectos del exceso de peso no se limitan a una etapa de la vida, sino que condicionan el riesgo metabólico futuro y moldean las trayectorias de salud desde edades tempranas.

La actividad física también forma parte del abordaje integral. “Realizar al menos 150 minutos de actividad física a la semana de intensidad moderada, sumando como mínimo bloques de 10 minutos y agregar dos sesiones semanales de ejercicios de fortalecimiento muscular” es la pauta recomendada, aclaran desde la FAC.

Además, se aconseja limitar la ingesta de alcohol, dado que “aporta calorías y no aporta nutrientes”, señala Perna. “Cada decisión que se toma día a día permite construir salud”, concluyen desde la FAC, siendo que la prevención se articula con el tratamiento: reducir peso, modificar la alimentación y abandonar el sedentarismo son intervenciones que, además de prevenir la insuficiencia cardíaca, pueden revertir su curso en etapas tempranas.

(Infobae/Salud)

WhatsApp chat
Share via
Copy link
Powered by Social Snap